Haría la columna
Si esperara que mis nietos
tuviesen la herencia,
haría las columnas para un residencial,
o quince o mil emporios.
Bastará con las ganas y uno o dos millones
para la entrega puntual del inmueble,
mejor si nos procuran vía libre
en los permisos municipales,
aun si la cañería de aguas negras
llueve a goterones
sobre los menos favorecidos.
Es ventajoso para los ocupantes
que la entrada la restrinjan,
y al proyecto lo respalde una familia
sin alcohólicos o ahorcados.
«Cuando se quiere, se puede» escucho por ahí,
«El pobre es pobre porque quiere»
y cierro el portón
tras una lámpara sin bombillo.
Si se quiere encerrar a cientos de familias
en un panal de cajitas con minúsculos portones,
ofreciéndoles el grial del agua tibia, se puede.
También tener una casa gorda
con jaurías de galgos
y ventanales y piscina. La tierra es de todos
pero el campo es limitado.
Al principio era la plata
y al final también.
Si tuviera que enjaular a las familias
para que me sienta orgulloso en la vejez,
desde ahora, buscaría una zanja en el suelo
donde mi alma se enrolle en algún saco,
pequeño pero mío,
no como la plata,
más bien como la tierra.
Otra vez la máquina
Cuando el tractor raspaba la propiedad,
el ruido molía las raíces de un almendro.
Los dientes metálicos de la bestia
arrancaban el polvo
donde jugaron hijos
con bicicletas de barro y latón.
Su mandíbula se enconó en el suelo
con los huesos rotos de la niñez,
y eructó en una gusanera
el manubrio
y las llantas de alambre.
En reversa el tractor majó los setos
de este antiquísimo cafetal
para que alguna fiduciaria
tuviese la erección de sus sueños.
El ingreso de la maquinaria
es la analogía del presente,
la síntesis del camión
rodeado por el humo
que entra a cargar la tierra
en su espalda de jorobado,
pero ni siquiera distingo el tránsito
de un lote
que antes era montaña
a este ahora enrarecido.
Quizás el aire seque el corazón
de quien pierde las uñas con la edad,
y este lote amarillento
sea el plano ideal
para cultivar la nada.
Así abril se desquebraja en un vaho
y, de frente, el terreno
es un caldero
en el que hierven frutas de piedra.
Iktsuarpok (i)
Llamo a Dios, como quien dice nieve;
húmedo castigo a las serpientes.
Lo llamo luz, como quien dice tiempo;
tiempo de arrodillarse bajo el tiempo.
Lo llamo por su número de plumas
porque manda a indagar el futuro.
Me asomo para ver si Él ya viene.
Porque ha olvidado, llamo al tiempo.
¡Cómo no pensar el futuro, cómo!
Es el Padre que ató nuestros zapatos.
Me acerco a la puerta. Aún no llega.
Igual pensaba ir a su encuentro.
Con los brazos abiertos invitarlo
a pasar con nosotros esta noche
y hablar de la lluvia y de las aves
como dos amigos o tres o cuatro.
Joset André Navarro Abarca (Tarrazú, C.R., 1991) Licenciado en la enseñanza de los Estudios Sociales y Cívica por la Universidad de Costa Rica, con estudios en Asesoría Psicopedagógica por la Universidad Autónoma de Baja California. Expositor en la V semana de Pedagogía, Ciencias Sociales, UABC. Miembro de la Asociación Ornitológica de Costa Rica y del Taller Literario Joaquín Gutiérrez. Obtuvo el tercer lugar en el XXXIII Certamen Literario Brunca (2019). Finalista en el 1er Premio Hispanoamericano Francisco Ruiz Udiel (2017) con el libro Kintsugi, recientemente publicado por la Editorial de la Universidad de Costa Rica (2020).
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