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Joset André Navarro (Costa Rica)

 


Haría la columna



Si esperara que mis nietos 

tuviesen la herencia, 

haría las columnas para un residencial, 

o quince o mil emporios.  


Bastará con las ganas y uno o dos millones

para la entrega puntual del inmueble, 

mejor si nos procuran vía libre  

en los permisos municipales, 

aun si la cañería de aguas negras 

llueve a goterones  

sobre los menos favorecidos. 


Es ventajoso para los ocupantes 

que la entrada la restrinjan, 

y al proyecto lo respalde una familia 

sin alcohólicos o ahorcados. 

«Cuando se quiere, se puede» escucho por ahí,

«El pobre es pobre porque quiere»

y cierro el portón 

tras una lámpara sin bombillo.   


Si se quiere encerrar a cientos de familias 

en un panal de cajitas con minúsculos portones, 

ofreciéndoles el grial del agua tibia, se puede. 

También tener una casa gorda 

con jaurías de galgos

y ventanales y piscina. La tierra es de todos 

pero el campo es limitado. 


Al principio era la plata 

y al final también. 

Si tuviera que enjaular a las familias 

para que me sienta orgulloso en la vejez, 

desde ahora, buscaría una zanja en el suelo

donde mi alma se enrolle en algún saco, 

pequeño pero mío, 

no como la plata, 

más bien como la tierra.  



Otra vez la máquina


Cuando el tractor raspaba la propiedad, 

el ruido molía las raíces de un almendro. 

Los dientes metálicos de la bestia 

arrancaban el polvo 

donde jugaron hijos 

con bicicletas de barro y latón.  


Su mandíbula se enconó en el suelo 

con los huesos rotos de la niñez,

y eructó en una gusanera 

el manubrio 

y las llantas de alambre. 


En reversa el tractor majó los setos 

de este antiquísimo cafetal  

para que alguna fiduciaria 

tuviese la erección de sus sueños. 


El ingreso de la maquinaria 

es la analogía del presente, 

la síntesis del camión 

rodeado por el humo 

que entra a cargar la tierra 

en su espalda de jorobado, 

pero ni siquiera distingo el tránsito 

de un lote 

que antes era montaña

a este ahora enrarecido.  


Quizás el aire seque el corazón 

de quien pierde las uñas con la edad, 

y este lote amarillento 

sea el plano ideal 

para cultivar la nada.

Así abril se desquebraja en un vaho

y, de frente, el terreno 

es un caldero 

en el que hierven frutas de piedra.  

Iktsuarpok (i) 



Llamo a Dios, como quien dice nieve; 

húmedo castigo a las serpientes. 

Lo llamo luz, como quien dice tiempo; 

tiempo de arrodillarse bajo el tiempo. 

Lo llamo por su número de plumas 

porque manda a indagar el futuro. 

Me asomo para ver si Él ya viene.

Porque ha olvidado, llamo al tiempo. 

¡Cómo no pensar el futuro, cómo! 

Es el Padre que ató nuestros zapatos. 

Me acerco a la puerta. Aún no llega. 

Igual pensaba ir a su encuentro. 

Con los brazos abiertos invitarlo 

a pasar con nosotros esta noche 

y hablar de la lluvia y de las aves 

como dos amigos o tres o cuatro. 



Joset André Navarro Abarca (Tarrazú, C.R., 1991) Licenciado en la enseñanza de los Estudios Sociales y Cívica por la Universidad de Costa Rica, con estudios en Asesoría Psicopedagógica por la Universidad Autónoma de Baja California. Expositor en la V semana de Pedagogía, Ciencias Sociales, UABC. Miembro de la Asociación Ornitológica de Costa Rica y del Taller Literario Joaquín Gutiérrez. Obtuvo el tercer lugar en el XXXIII Certamen Literario Brunca (2019). Finalista en el 1er Premio Hispanoamericano Francisco Ruiz Udiel (2017) con el libro Kintsugi, recientemente publicado por la Editorial de la Universidad de Costa Rica (2020). 



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