María Pérez-Yglesias (10-4-49) Dra. en Comunicación y Semiótica (Bélgica) y catedrática jubilada de la Universidad de Costa Rica, fue Decana del Sistema de posgrado y Vicerrectora de Acción Social. Crítica literaria, promotora de lectura, tallerista, comunicadora y una investigadora incansable con más de 150 textos académicos, publica literatura a sus casi sesenta años. Actualmente es directiva de la Asociación de Escritoras Costarricenses, forma parte de Poiesis, Noche de Letras, Mujeres del Gremio Literario, Club de Libros y Convergencia Literaria. Apoya los programas Compartiendo la Palabra y En primera persona en Radio UCR. Escribe cuento -histórico social, de parejas, infantil y juvenil- poesía, novela, memorias, ensayos, cuenta-poemas y microrelatos. Incluida en numerosas antologías tiene dieciseis libros literarios publicados y una treintena inéditos. Entre sus títulos: Silencio, el mundo tiene el ala rota; Cerro Pelón, lágrimas de Barro; Anclas sin poema; Boleros nos volvemos tango; la colección de Mapy (seis libros memoria); Bailamos con el mar y El susurro de las hojas cómplices (poesia y pintura); Diario de una viajera distraída; La cueva de Alí, Babá y los cuarenta erizoa matones y Las CyberBrujas en Valle Escondido (infantil) Celular: (506) 8856-6721, E-mail: mariaperez.yglesias@gmail.com
1.
Galopas
en la grupa del viento
y audaz te recuestas
en un techo de zinc ardiente.
Quemada,
saltas al vacío
esperando el consuelo
de la lluvia madrugona.
Hoja de trópico,
prefieres
el tibio
techo de palma.
2.
Sensible aún por la caída,
te acuestas a descansar
en los caminos de la tierra.
El suelo retumba
con pasos acompasados,
abatidos,
victoriosos,
suaves.
Unas botas negras
aplastan tu ilusión
de hoja sobreviviente.
3.
Verde perico,
sombra aceituna,
jocote verde,
esmeralda brillante,
verde limón,
los reflejos del sol
recuerdan
el vidrio verde botella
sobre tu piel de hoja.
Matices y tonos de verde,
hoja viva,
pintas la esperanza.
De: El sentir
de la hoja (primera parte) En: El susurro de las hojas cómplices (2021)
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a.
Arrasados,
dos
troncos de montaña se abrazan,
sorprendidos
por la furia del mar.
Unos
ojos de antena
vigilan
el vaivén de las olas
y a un clarinete
de patas
azules y pico corvo,
empeñado
en comerse un caracol.
Cinco
areneros corren
detrás
de otra ave,
cabeza
de chorlito,
que
nunca piensa en vos.
b.
El mar
olvida su orilla
y audaz
alcanza
el verde.
Nonis,
anonas
blancas
de
potestades milagrosas,
ruedan
al pie
de las
hojas fecundas,
de esos
árboles
que
pringan
la arena
amarillenta
de Punta
Uva.
c.
Pareja
guacamaya,
divisa a
contraluz
un
almendro de montaña.
Dos
tucanes arco iris
remontan
el vuelo
asustados
por la sombra
de un
gavilán cangrejero
y un cardenal, de espaldas al sol,
disimula
su herida granate.
Pintor
del universo,
le
regalás tus mejores colores
al
trópico húmedo.
De: Goterones tropicales baiailamos con el mar, 2018
La
impericia
Un
ojo
llora
barro,
demencia,
vacío.
Me
mira
como
la cerradura
de
la puerta al infierno.
Duelen
nostalgias
y
por la herida
resbala
una plegaria
sin
santos, ni dioses.
La
sirena se aleja
hacia
territorios
sin
lucha.
Colgado
de
la incertidumbre,
un
cuerpo viaja
avasallado
por la metralla.
En
la trinchera
el
ojo-parca
reniega
de su impericia.
Mamá
no tiene alas
Dos manos:
derecha Julia
izquierda yo, Manuel.
Caminamos rápido
dos atados,
y saltos al compás.
Decenas de niños
lloran, gritan, llaman:
¡Mamáaaaa!
Subimos al tren,
tres en uno
apiñados, seguros.
El pueblo corre,
queda atrás,
se desvanece…
En el puerto
los niños callan
mirando el agua.
Subimos a la embarcación,
Julia y yo, Manuel.
Desde el barco
la costa se aleja
y mamá se pierde
entre la multitud.
En cubierta
caras tristes
resbalan lágrimas de sal.
Las gaviotas
regresan al muelle,
a cuidar sus polluelos.
Mamá en tierra,
sin alas
para volar al mar.
De: No
existe paz sin memoria, inédito.
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